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Durante décadas, la publicación de ensayos sobre cine escritos por autores argentinos osciló entre la inexistencia y la fortuna o el ingenio de los escritores para lograr que sus trabajos pudieran tener circulación. Y si bien desde comienzos de los años noventa lo que creció fue la bibliografía sobre aspectos diversos de la historia del cine argentino, no fue análoga la producción ensayística, entre otras razones porque varias editoriales estiman que es un campo destinado, casi excluyentemente, para autores anglosajones, franceses o españoles.
Esa falta de tradición, sin embargo, quizás no deba entenderse como falta de interés. El cine ha ganado en estos diez últimos años un espacio importante como campo de reflexión, territorio en el que seguramente tiene una parte del mérito el impulso que le inyectaron las diversas escuelas de cine, más allá de que suela decirse, con más apuro que convicción, que a los realizado- res no les interesa la producción teórica.
Esta edición inaugural del Premio Mejor Ensayo Cinematográfico Inédito pretende contribuir al trabajo de empezar a saldar esa deuda originada en un interés creciente y una edición ausente. El jurado de esta primera edición -que ya tiene aseguradas futuras convocatorias- estuvo integrado por el artista plástico Eduardo Stupía, el dramaturgo y guionista Jorge Goldenberg, el escritor y ensayista Christian Ferrer y quien esto escribe, todos convocados por su destacada producción en sus respectivas disciplinas pero sobre todo por el vinculo intenso y múltiple que tienen con el cine, decidió otorgarle el premio a La prisión de Cronos, de Guillermo Oscar Fernández.
De la decena de ensayos presentados a consideración; La prisión de Cronos fue el que se fijó un horizonte más temerario: las vinculaciones posibles entre cine y poesía, y ese desafío que Fernández busca cumplir -a la manera. de un samurai, como si buscara una empatía con el personaje de Escenas en el mar, uno de los textos más lúcidos del libro se funda en la idea nuclear, pero poco frecuentada, que sostiene que el diálogo entre la poesía y el cine no está en el uso de las bellas palabras o las bellas imágenes o los bellos sonidos, sino en una cuesti6h que podríamos situar más en el orden de la técnica o del uso de los materiales.
Los distintos artículos que componen el texto van intentando horadar su objeto y proponiendo lecturas de filmes de esta última década y de diverso origen, género y autor, con un criterio de selección inmejorable que -como suele ocurrir con los análisis lúcidos- ransforma el gusto en juicio, y arma casi sin quererlo el mapa de las tendencias estéticas del cine contemporáneo: Takeshi Kitano, José Luis Guerín, Bruno Dumont, Pablo Trapero, Tsai Ming-liang o Jia Zhangke.
En La prisión de Cronos se exponen nociones como las de rugosidad o pliegue de la imagen cinematográfica, o ideas fecundas como las que sostienen que el vínculo con la poesía se establece cuando se propone una dificultad de lectura al espectador, pero, al mismo tiempo, pareciera que el autor es conciente que esa secreta, invisible línea que pone en contacto a las dos disciplinas no es un mero hilo sino una telaraña en la que puede quedar atrapado. Recurrentemente, el autor vuelve sobre su centro y nos habla de la oscuridad y la opacidad que signa las trayectorias singulares de sus autores elegidos, tratando no solamente de ser fiel a la hipótesis rectora del texto sino de buscar de qué modo ese efecto de lectura puede ser comunicado, cuáles son los instrumentos que los artistas emplean -el límite indiscernible entre documental y ficción en Guerín, la manera de pensar la temporalidad en Tsai Ming-Iiang, o la política en Jia Zhangke- y cuáles los que permiten ese reenvío entre la práctica del poeta y la del cineasta y, más importante, cuáles debieran ser los que él mismo debe elegir para comunicar esos hallazgos, felizmente provisorios por tratarse de cineastas con una obra todavía en desarrollo.
En esa lucha cuerpo a cuerpo con su objeto, la empresa amenaza con desbarrancarse. y cuando parece que todos los intentos terminarán tropezando con la imposiblidad de cercar el territorio, Fernández propone su idea del fuera de tiempo, identifica un procedimiento y lo nombra, con lo que inventa un concepto. La invención de ese concepto que afirma la existencia de una anomalía o detalle impensado que interrumpe el flujo normal de un film para disponer una lectura diferente desde su irrupción supuestamente injustificada se introduce en el ensayo como si fuera el procedimiento mismo aplicado al texto escrito y no a un film. En ese momento, el ensayo adquiere su verdadero estatuto especulativo como creación autónoma nueva y La prisión de Cronos se convierte en la primera carta de presentación de un nuevo ensayista cinematográfico. No es poco, para empezar.
Sergio Wolf