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Vladimir Maiakovski (1893-1930) nació en la aldea georgiana de Bagdad, en el Cáucaso. Apenas tenía 11 años cuando, con la conmoción provocada por la guerra ruso-japonesa, salió por las calles a pegar carteles de propaganda. “En cierto modo -confiesa en su Autobiografía– en mis primeras ideas se confundían poesía y revolución”. En sus juveniles ensayos futuristas ya había introducido innovaciones rítmicas (como el verso quebrado en fragmentos de fuerte acento tónico) que ahora adquieren su verdadera fuerza en poemas de aliento populista sólo comparables a los más logrados de Walt Whitman: Guerra y Paz, El hombre, Nuestra marcha, A Lenín, ¡Muy bien!.
De 1922 a 1929 hizo diez viajes al extranjero (diversos países de Europa, Cuba, México, Estados Unidos) y retornó con una serie de poemas satíricos sobre los contrastes de la civilización capitalista: Charlas con la Torre Eiffel, Puente de Brooklyn, Parisienne, Black and White, Pasaporte Soviético, Seis Monjas, etcétera. Si agregamos a esto sus actividades de propaganda (hasta pintó carteles y compuso fáciles versos para los productos de la naciente industria soviética) y en el periodismo, sus innumerables libretos para el cine ruso, sus conferencias para obreros, etcétera, comprendemos que, por exceso de trabajo, cayera en una depresión nerviosa que lo llevó al suicidio, el 14 de abril de 1930. En los dos últimos años de su vida, en plena madurez de sus dotes satíricas, había escrito dos piezas de teatro, La Chinche y Baños, en las que atacaba sucesivamente a sus dos enemigos más odiados: la pequeña burguesía y la burocracia.