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El drama Gustavo Vasa fue publicado en 1899 y tuvo un éxito inmediato. August Strindberg, de vuelta de París, donde había pasado un período de experimentación junto a Gauguin, Apollinaire y otros artistas que impondrían una verdadera ruptura en la percepción del arte, escribe una serie de obras en las que se exalta el espíritu nacional.
Gustavo Vasa pertenece, como la Saga de los Folkungar y Erik XIV, al ciclo de obras históricas donde August Strindberg (1849-1912) toma la historia de su país, Suecia, como motivo, y con inmensa libertad, demuestra su madurez como dramaturgo. Hay además, en Gustavo Vasa trozos que hacen recordar a las grandes figuras shakespearianas (Shylock, Macbeth y, en la figura del joven Jacobo Israel, al mismo Hamlet).
Gustavo Vasa fue un rey lleno de autoridad que, en pleno Renacimiento, logró construir un poder fuerte rompiendo con la autoridad del Emperador del Sacro Imperio Germano, que dependía de la autoridad papal.
En sus cartas, el mismo autor de algunas claves acerca de su personaje. “La vida de Gustavo Vasa comienza como una leyenda o como la historia de un milagro, se desarrolla como un poema épico y es casi imposible abarcarla con una sola mirada. Introducir esta inmensa saga en una sola obra dramática es evidentemente imposible. Sólo me quedaba como posibilidad, elegir el episodio más fecundo. Fue la revuelta de Dacke: en ese momento, el rey estaba casado en segundas nupcias, con hijos de ambos matrimonios y en la cumbre del poder. Pero la Providencia quiso poner a prueba y fortalecer al hombre al que había confiado la construcción del reino. Y por eso le envió las desgracias de Job. Este período de desesperación proporciona la mejor ocasión de describir al gran hombre que fue Gustavo Vasa con todas sus humanas debilidades”.
Padre de la patria, reformador de la iglesia, hombre solitario en el poder, guerrero infalible y gran estratega es la arcilla de la que el autor, que por entonces tenía cincuenta años, se sirve para presentar una obra compleja, de estructura abierta, donde se vuelve a disfrutar del “espacio dramático” singularísimo que siempre se plantea al leer a Strindberg.