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Fricciones, sí, fricciones de ideas, conductas, estados de ánimo contra otras conductas, ideas, estados de ánimo. ¿Contra? Sí, es necesario, en una tranquila o anestesiada meseta, contraponer motivos, inventar nuevas ficciones, poner obstáculos a una voluntad homogénea y estentórea de imponer sus dictados. En tres ensayos de temas diversos, Tomás Abraham argumenta y discute cuestiones alejadas de las trampas de conformidad habituales en la cultura argentina. El primer ensayo, Los polacos, absorbe y desarrolla el efecto de la cultura polaca en la Argentina, desde la perspectiva de una Polonia mítica, idealizada -la que Gombrowicz les cuenta a sus discípulos y seguidores-, hasta los avatares de una cultura judía, real y aniquilada, en una Polonia ilustrada por la epopeya de los hermanos Singer y el arribo a nuestro país del genial ajedrecista Najdorf y el escritor Simja Sneh. Entre ambos recorridos, las tragedias de dos artistas: Bruno Schulz e Ignacy S. Witkiewicz. En Aira y Piglia, Tomás Abraham describe y explica dos comportamientos muy diferentes en la narrativa y la cosmética literaria argentina. La profusa obra de Aira, su estética programática y práctica analizada sobre la base de sus miniteorías, poco parece tener en común con la de otro árbitro de la cultura argentina, Ricardo Piglia, quien, a partir de unas cuantas ideas de prestigio progresista, ha anunciado una literatura de la sobriedad y de la resistencia. El tercer ensayo, El agujero de cristal, opone a Rivière y Artaud. Dos concepciones muy distintas del arte. El primero, editor, parece encarnar todos los principios racionalistas franceses, de Descartes a Valéry; el último, todas las rebeliones, todos los irracionalismos, todas las conspiraciones. Sin embargo, y a partir de un sutilísimo hilo conductor, Abraham logra deponer e invertir estas convenciones y lo que aparece ante nuestros atónitos ojos de lectores es una inversión perfecta: Artaud, un racionalista a ultranza, a cualquier precio, y Rivière un cuerdo meramente retórico, convertido, a partir de sus fantasías adúlteras reprimidas, en un loco de atar.