Más resultados...
Para un autor, escribir teatro es un peligro: tiene que definir, limitar, parcelar, un mundo que fuera de él es complejo y total. Un espacio infinito en el que una piedra origina razas y dioses. Un árbol que atesora el pasado, el presente y el futuro, porque los tres NO SON, ESTÁN. Un tiempo que se concentra en un segundo, un minuto, como una enciclopedia del todo. Una saga que es el camino que no tiene más objetivo que el camnino. Y el pobre autor tiene que escribir letras, y palabras. Y acotaciones. Límites. Puertas cerradas. Seguridades falsas. Es como poco para tan mucho. Casi ni vale la pena intentarlo. Si en vez de palabras pudiese soplar en la piel de la gente sutiles susurros, alientos envolventes, suspiros de oreja a oreja, tal vez. Pero así… ¿Cómo con palabras?
¿Se puede “enseñar” a escribir teatro? No lo sé. Tal vez lo que se pueda intentar es abrir puertas y ventanas. Puertas para mirar y ventanas para entrar y salir. El SÍ y el NO. El NO y el SÍ. O sea, el SI-NO.
Creo que el Taller de Dramaturgia realizado por la Escuela Internacional de Teatro de la América y el Caribe, del 25 de agosto al 5 de septiembre de 1992, en La Habana, tuvo en José Sanchis Sinisterra el mejor “enseñador” posible.