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El Old Vic surgió en 1818, en una zona poco habitada aún y rodeada, además, de mala fama, de los suburbios londinenses. Debió adaptar su actividad a las particularidades del público que lo frecuentaba y, para satisfacer sus gustos, fue cayendo poco a poco en un repertorio mediocre: hinchado en unos casos de ficticia grandiosidad, de coreografía, del estruendo de falsas batallas; y, en otros, constituido por lacrimosas historias de un sentimentalismo de dudosa ley. Cambió de nombre, pasó por las manos de diversos propietarios, se envileció alguna vez hasta permitir bajo su techo ciertos tratos comerciales que le atrajeron el interés de la policía.
Hubo, sin embargo, dos mujeres excepcionales -Emma Cons y Lilian Baylis- que, en lugar de dejarse arrastrar por el público y complacerlo en sus tendencias, se propusieron conducirlo y obligarlo a presenciar espectáculos capaces de elevarlo y de educar su sensibilidad. Desde 1880 a 1920, en cuatro décadas de perseverante apostolado, el Old Vic se redimió de su nada glorioso pasado, conquistó y formó con el tiempo un público suficientemente maduro para acercarse a las altas expresiones dramáticas de todas las épocas y países. Desde ese momento, y solo desde entonces, la historia del Old Vic es una serie de triunfos, de resultados de valor artístico poco común, de testimonios de una fama siempre creciente.
Esta historia fascinante, de marcados contrastes, es la que relata, con agilidad e interés, Gigi Lunari en el presente libro.