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Es demasiado común creer que El gigante amapolas es una obra de corte antirrosista escrita por un prócer argentino. Y, por varios motivos, no es ninguna de las dos cosas. En 1841, cuando Juan Bautista Alberdi escribe su obra, no es todavía un prócer sino nada más (pero nada menos) que un poeta romántico. Y la confusión, el malentendido político (que también afecta a muchas otras obras argentinas) proviene de una inadecuada utilización ideológica, olvidando (o postergando) su verdadero valor dramático-teatral. El gigante amapolas pertenece, por muchas razones, al campo de la comedia: por su estructura, por su lenguaje y hasta por su sentido plástico. Abunda en frases graciosas, en situaciones aparentemente absurdas (los soldados vendados, maniatados, por ejemplo), pero una cosa es escribir chistes y muy otra construir una obra donde la fiesta (los rituales de gloria y triunfo, al decir de los griegos) se presente de una manera dramática. Es así y sólo así como la comedia adquiere sustentación sobre bases sólidas.