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En el teatro, como las otras artes, cada momento histórico tiene su tema recurrente. Algunos de esos temas, como el de los antihéroes del grotesco o el de los prototipos sainetescos, no desaparecen de la memoria colectiva por más que pase mucho tiempo. Otros temas, en cambio, con los años se van diluyendo hasta esfumarse definitivamente. Últimamente el teatro argentino ha encontrado un tema recurrente: hablar sobre sí mismo. Personajes hamlerianos, con algo entre Pepino y Stéfano, atraviesan historias singulares donde el escenario no es más que el escenario. Y lo que sucede, ocurre en gira, en trama, en sueño. Entonces la ficción, cansada de una realidad que es más imprevisible que ella misma, se cuenta a sí misma como si alguna vez hubiese sido cierta. Y lo que vemos es el teatro que se abraza a sus fantasmas mientras habla de infancia, de país, de suerte o de nostalgia. A veces la cosa va mucho más lejos todavía, porque el teatro se apodera de las aventuras de sus parientes más cercanos (el payaso, el cantor, el glosista) y en sus parábolas sigue hablando de sí mismo.
El mundo ha perdido su lirismo y el actor lo busca entre las vestimentas de su antiguo oficio. El partener y El clásico binomio son textos que encierran algo de todo esto que estoy insinuando.
Jorge Ricci