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Parte del Proyecto “Biblioteca de Dramaturgos de Provincias” – Difusión de obras inéditas. Dirigido por la Dra. Julia Lavatelli.
Disparate
Dos personajes, Hombre y Mujer, sentados a una mesa, dialogando casi sin pausa. Normalmente. El diálogo está sujeto a lugares comunes y comentarios reiterativos y reiterados de un matrimonio que comparte el desayuno de igual modo desde hace mucho tiempo. Más de veinticinco años.
De manera casi natural u ordinaria, los personajes se encuentran oponiendo pareceres sobre cuestiones tan intrascendentes como ligadas al convencionalismo de la normalidad social, mostrando insensibilidad ante lo que requiere ser sensible y siendo hipersensibles ante lo que no merece la mínima atención.
Es a partir del uso ininterrumpido de la palabra, de un hablar tan compulsivo como poblado de nimiedades que se genera la incomunicación, una nueva normalidad en la que no existe relación clara entre la importancia de los temas tratados y la reacción frente a ellos; cualquier cosa puede ser tema de grandes e intensas discusiones.
El texto conjuga momentos de excesiva racionalidad, especie de defensa humana frente a la monstruosidad del mundo, con reacciones surgidas del lado más irracional de los personajes. Hombre y Mujer se llaman entre sí siempre de diferente manera; cada vez que se dirigen al otro utilizan un nuevo nombre. Hasta que, al final, Norma es llamada nuevamente Norma, como al comienzo. Y las cosas han vuelto entonces a la “normalidad”.
Floresta, reunión de cosas agradables y de buen gusto
En una casa de familia aristocrática venida a menos, una Madre viuda y sus dos hijas enfrentan un presente de pesares económicos y hambre. Para la Hija que limpia no importa la miseria, sólo el amor. La hija que espera, espera la vuelta de su amado mientras habla constantemente de plantas y flores.
La extrema pobreza no es suficiente para que Madre venda el único elemento de valor que aún les queda: su dentadura. La hija que limpia ha tramado un plan para deshacerse de su madre e inculpar a su odiada hermana.
El autor cuenta los últimos tres días de la historia, entre pasos clownescos y un verosímil particular que acepta absurdos juegos con el lenguaje y que los personajes se asesinen en escena para luego revivir o alargar sobremanera el momento de la muerte y discutir entre sí con palos de amasar incrustados en la cabeza y disparos de escopeta en el pecho.
Sobre el final de la pieza se propone un juego entre actrices y personajes. En escena se habla de terminar la obra, sobre su epílogo, mientras las actrices van quitándose las pelucas propias de sus personajes. Cuando sobreviene el apagón, se descubre que el amado de la Hija que espera nunca llegará, se ha quedado en la guerra. La Madre-actriz ha soñado un silencio blanco y aterrador. ¿Y ahora qué guerra hay?