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En consonancia con las innombrables e innumerables cartas y direcciones, sería muy interesante que este libro pudiera ser leído por lo menos dos veces. Una siguiendo la compaginación habitual. Así se obtendría un relativo placer. También se notaría que las distintas partes están superpuestas, retornando inadvertidamente una sobre otras. Responden más a una estratificación que a un orden secuencial. Otra tendería a leerlo en el goce de un recuerdo circular proustiano, en la imposibilidad “de vivir fuera del texto infinito”.
El mero ordenamiento, entonces, se convertiría en una compleja provocación, en un desafío “piratesco” a entrar por la borda, el borde y la perspectiva que uno desee. Pero, ante todo, hay que desear el abordaje. El texto jamás se resiste a nada ni nadie (el escrito “hermético”, por ejemplo si no es una clave escolar o una tontería de principiante, entraña un rico e infinito pliegue). Y si una gama de “resistencias” se establece, siempre es contra lo establecido de un determinado mecanismo de captura y sometimiento. Así la pasión de leer no puede cerrar en ningún lado, porque como la hélice se mueve moviendo y, en diferencia con ella, no mecánicamente. Libro-hélice. Misterioso deseo de un lector en vuelo.
Juan Carlos De Brasi