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Del nombre de los sentimientos se corre de las estridencias de la separación de una pareja y muestra, en una cotidianidad lindante al hiperrealismo, la última hora en que una pareja está junta. En lo que queda del estallido, en los restos, en las estelas se diagraman las reconstrucciones del pasado, de los vínculos y renacen nuevamente las preguntas sobre el deseo, los sentimientos y las palabra para nombrarlos. La hora transcurre, hay un exterior amenazante, un poco de alcohol, astillas de vidrios de vasos rotos, insectos de verano y un trasfondo que se abisma.
Según José Luis Valenzuela, en este texto “Moreno indaga en las sensaciones ambiguas, en las lentas cavilaciones y las angustias mudas que se adueñan de los vínculos humanos cuando el hacer útil y cotidiano ha quedado en suspenso. En esta obra los personajes no tienen ya ‘nada que hacer’, salvo esperar la llegada del camión de la mudanza, y los receptores compartimos el pesado aire que respira esa pareja en ruinas. La ‘no acción’ se estira hasta los límites de lo tolerable y cuando estamos empujando los segundos para que la agonía se termine de una vez, la diestra mano de Moreno nos clava el agudísimo estilete de la emoción que siempre estuvo allí, mezclada con sentimientos innombrables”.