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Cecil es el más autobiográfico de los relatos de Mujica Lainez. Sin embargo, la voz en primera persona no es la del escritor, sino la de su perro, un whippet incondicional y entrañable que se enorgullece de descender de los lebreles egipcios -aunque lo mortifique la certeza de que su raza es el fruto técnico de una combinación reciente-. Cecil es un apasionado maestro de ceremonias que descorre telón tras telón, revelando al lector los vericuetos de la gran casa donde vive, los misterios de un jardín que alberga imágenes espectrales y la intimidad del escritor. Mientras el lebrel recuerda, vigila y sufre asistimos a otro padecer, el de su amo, quien, terminada una novela, no sabe si podrá volver a escribir. Merced a una ingeniosa vuelta de tuerca, la incógnita se resuelve simultáneamente para el perro, el escritor y el lector.
Delicada, indiscreta e irónica, Cecil nos sumerge de lleno en el universo de Manuel Mujica Lainez, allí donde, según sus propias palabras, “el fantasma, las literarias imágenes, los parientes se confunden en un fondo de follajes y de nubes, de tal manera que es imposible separarlos, distinguirlos, marcar los límites de un mundo y de otro”.