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Entre las pocas certezas que se tienen al encarar la promoción cultural desde lo público, se incluye el hecho de que la cultura, como modo de existencia de un pueblo, tiene a todos sus miembros como agentes de producción cultural, y no como simples consumidores de objetivos de arte o ilustración producidos por unos pocos.
Las políticas culturales elitistas, enfocadas desde una perspectiva de reparto de bienes culturales entre quienes por una u otra causa estarían privados de su disfrute inmediato, tienden a consagrar esta visión de lo cultural sólo como un consumible.
En democracia, en cambio, las políticas culturales son convocantes, una auscultación permanente de lo que acontece más allá de los museos, las bibliotecas y los grandes teatros. Y únicamente en democracia es posible lograr que muchos de los receptores puedan también erigirse como emisores originales de su propia cultura, actores conscientes y legitimados y no sólo espectadores.
Esto es y ha sido el Rojas en este cuarto de siglo de construcción democrática. Un espacio abierto y multiplicador, escenario de nuevos creadores, auditorio de consagrados maestros, vínculo vivo entre ambos, encuentro de generaciones diversas, donde artistas y pensadores no solamente expusieron, sino que además se expusieron a las voces, las imágenes y las ideas de otros.
Dr. Rubén Hallú
Rector de la Universidad de Buenos Aires