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Tras degollar a un hombre durante el asalto a una caravana, Aballay cruza su mirada con la del aterrorizado hijo de su víctima, y algo se quiebra dentro de él. A partir de ese encuentro, espantado de sí mismo, el gaucho criminal decide tomar la lección de los místicos estilitas, penitentes que purgaban sus pecados subiéndose a una columna de la que no bajaban por el resto de su vida, para hacer lo propio: montar su caballo para ya no descender nunca más. Los años lo convierten, ante la mirada del pueblo, en una suerte de santo, pero la imagen de los ojos de aquel chico no lo abandona y sabe que en cualquier momento volverán por él clamando venganza. Como el cuento del mismo nombre que Antonio Di Benedetto escribió en cautiverio durante la última dictadura militar, Aballay se clava con fuerza en la salvaje historia argentina del siglo XIX, encarnando el western criollo definitivo: uno en el que convergen el Far West norteamericano, y nuestra sanguinolenta gauchesca cinematográfica, de “Nobleza gaucha” al “Juan Moreira” de Favio, con “Pampa bárbara” de Fregonese en el horizonte.