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Penetrar en el mundo de Pirandello es internarse en los abismos más profundos del ser humano. Porque su obra es una búsqueda incesante por descubrir el verdadero sentido de la vida, un anhelo desesperado de captar la realidad apartando los velos que la ocultan como ocultan el rostro pálido de sus misteriosas heroínas.
Pero ¿dónde termina la ilusión y dónde comienza la realidad? ¿No es la vida que vivimos, la vida cotidiana, la engañosa apariencia de una realidad inalcanzable? La única realidad que nos es dado conocer es el “terrible silencio de nuestro mundo interior”. Sólo la muerte, o la locura, pueden revelarnos ese algo que hay detrás de la máscara ilusoria de nuestra existencia.
Esta visión desesperanzada de la vida, con su drama de angustia y de soledad, ha alcanzado quizá su expresión más acabada en Vestir al desnudo. El tema de la imposibilidad de comunicación entre los seres humanos, del amor frustrado, de la aridez de la vida, el drama de la mujer pirandelliana, siempre traicionada y vejada, están magistralmente encarnados en la dolorosa figura de Ersilia Drei, cuyo grito final es un grito de desesperación, de reproche y de impotencia: “Y ahora, dejadme morir en silencio: desnuda”.
En este mundo cerrado y sombrío que es el teatro de Pirandello, parecería que el autor hubiera sentido alguna vez la necesidad de hacer un alto en el camino y tomar aliento, y entonces vuelve la mirada a su Sicilia natal, con su sol ardiente, sus almendros en flor, sus olivares y viñedos. La tinaja es todo eso, el canto de los campesinos y la risa de las muchachas, el vigor del pueblo y de la tierra, un intento fugaz por recuperar un paraíso, perdido para siempre.