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No podemos asegurar que se trate de un drama, aunque su ambiente sea específicamente dramático. La situación trágica ya viene planteada y ha ocurrido antes de levantarse el telón. Durante su acontecer escénico se la siente, se la vive, es el eje vertebral de la trama, pero ha quedado atrás como un recuerdo firme y sostenido.
No hay desenlace declarado ni definido. El autor sólo resuelve situaciones parciales o transitorias, sin altibajos en la tensión. Esto es realmente teatro, teatro de sugerencia, teatro puro, teatro descarnado, donde los personajes sufren sus propios estados anímicos. Sin embargo, no quiero insinuar que la acción sea vacía. Por lo contrario, Oteiza ha escrito una obra teatral que es, nada más y nada menos, que eso, una obra teatral. Porque si bien no cumple con los ordinarios pasos de exposición, nudo y desenlace, encuadra estrictamente su estructura dentro de las tres unidades clásicas que rigieron al teatro desde sus orígenes. La obra se desarrolla en veinticuatro horas, en acción continuada, sin bajar el telón de boca. Esta misma experiencia ya la vimos en Ciudad Universitaria, con visible acierto y reconocimiento de la crítica.
Este gran cuadro escénico emociona y conmueve, y el espectador se sumerge en el clima de la pieza, en cuerpo y alma. Piensa, sufre y recorre el “vía crucis” de sus personajes. La loca del puerto ostenta, como los barcos pesqueros, un cabo que la une con la tierra. El hecho histórico que la motiva es la auténtica amenaza que pende sobre los hombres, cuya actividad laboral se cumple en el océano. Es el amigo, la fuente de trabajo y el inspirador de emotivas canciones napolitanas, pero es también, el que solapadamente -a veces- se los devora. Doña Francesca enloquece porque su hijo Julio muere ahogado. Su amor de madre va más allá de las posibilidades humanas y su “sique” retorna súbitamente, al momento anterior del naufragio, cuando su hijo vivía y -cumplida la faena- regresaba al hogar. Así se nos aparece Doña Francesca, profunda y mística, difícil, por su estado, de ubicarla en el devenir escénico; sus parlamentos, nunca incoherentes, están imantados por un halo de poesía, que decanta gota a gota su misma idealización. Luis -otro de sus hijos- permanecía trabajando en Nueva York y regresa al hogar en forma imprevista. Su madre al verlo con las ropas marineras y por su parecido físico con Julio, lo recibe alborozada, como si nada hubiera pasado, porque para ella Luis no es Luis, sino Julio que ha vuelto una vez por todas a sus brazos. Luis, perplejo, turbado, queda sin ubicación, como si él realmente fuera el hijo muerto. El espectador vive en esos instantes el verídico drama que le ofrece la obra. Esmeralda, la dama joven, es la mano maestra que, con amor y ternura, conduce hábilmente el conflicto y logra el milagro de volver -en principio- a la vida racional a Doña Francesca. El criollo Luna, de fugaz aparición, pone en evidencia la pasada faceta de Doña Francesca, la buena y noble italiana, que hizo fortuna con la pesca en gran escala y repartió entre los pobres -con su bondad ingénita- parte de sus ganancias. Esa era la verdadera Doña Francesca del Puerto, la que todos respetaban y admiraban, no la de ahora “La loca del puerto”, que como una sombra se desliza del muelle a su casa, en una ilusoria espera del hijo “que se ha metido en el mar y no quiere volver”. Rossetti, enérgico y vigoroso, enamorado de Esmeralda; Don Antonio, el patrón -viejo lobo de mar- trabajador incansable, que soporta con estoicismo su desgracia. Nino, el más joven de los hijos y por último, la pareja integrada por Marieta y Cervero, que animan algunos pasos de comicidad, que por cierto no desentonan. Todos los nombrados, merecedores de un párrafo aparte, completan adecuadamente el reparto de esta pieza, que ya ha sido recibida por el auditorio con múltiples aplausos de aprobación.
Como corolario la personalidad -espontánea y pujante- de Alberto M. Oteiza. Su diálogo es claro, elaborado con firmeza y atrayente sencillez, como lo señalara don Agustín del Saz, al analizar otra de sus piezas. Revela un cabal conocimiento del lugar que describe, de los tipos que retrata y de las costumbres que pinta. El autor los ha vivido y ha participado de sus alegrías y sinsabores. Oriundo de Mar del Plata, hombre con sueños de brisas de mar y lejanías, su pieza aspira a ser un homenaje evocativo a su ciudad natal, una respuesta al llamado telúrico que lleva en las entrañas y que le ha dado ocasión para realizarse y pervivir con fuerzas verdaderamente propias. Con esta obra y con las anteriores que conocemos de Oteiza, ya podemos proclamarlo como a un auténtico exponente del teatro rioplatense.
Alcides O. Degiuseppe
Alberto M. Oteiza. En 1941 se radicó en La Plata. En 1946 obtuvo su título universitario de profesor en Letras. Sus obras de teatro: La doctora Dosset, Remordimiento, Ciudad Universitaria, ¡Y yo el héroe!, La loca del Puerto, Los vascos del Cerrito, etc., fueron representadas por intérpretes de la calidad de Eva Dongé, Santiago Gómez Cou, Laura Escalada, Víctor Hugo Iriarte, Pablo Monsalvat, Nelly Güimil y otras primeras figuras de la escena nacional.
La publicación de sus piezas teatrales originó una serie de comentarios elogiosos, tanto en nuestro país como en el extranjero. En Parnaso (Diccionario Sopena de Literatura) se encuentra seleccionada Ciudad Universitaria, entre las 2500 obras maestras de la literatura en habla española.
Como ensayista publicó: El arte nuevo de Lope de Vega, Aspectos sociales y psicológicos del Martín Fierro, Payró y la Argentina, Los poetas de Mayo, Panorama de la literatura medieval española (con prólogo de don José María Pemán), El escritor, los libros y las bibliotecas, y Shakespeare. Tiene en prensa España y nosotros (Ensayos escogidos).
Ha pronunciado más de cien conferencias y son numerosos los trabajos literarios que publicó en diarios y revistas especializados. En 1968 y en 1970 fue becado por el gobierno español para realizar estudios en Madrid y otros centros europeos. El gobierno italiano lo condecoró en 1972. Fue presidente de SEP (Sociedad de Escritores de la Provincia de Buenos Aires), en el período 1973/1976.