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Pocos personajes de la literatura universal dan pábulo a la controversia y gozan del predicamento que sin duda tienen en la actualidad Ubú o el doctor Faustroll, las desopilantes creaciones de Alfred Jarry (1873-1907). Hombre excéntrico, el escándalo no le fue ajeno y tuvo un raro sentido de la autopromoción, pero en sus días la condena de su obra apenas si conoció alguna excepción. Sin embargo, La Revue Blanche y el prestigioso Mercure de France acogieron sus trabajos y el Théâtre de l’Oeuvre, que dirigía el célebre Lugné-Poë puso en escena a fines de 1896 su pieza capital, Ubú rey (el protagonista reapareció en muchas otras obras de Jarry, como el Ubú encadenado, publicado en 1900, pero representado sólo en 1937).
La gloria de este genio irreverente, que murió a los 34 años en un hospital parisino, ha ido creciendo secreta, solapada e inconteniblemente: los dadaístas primero, luego Antonin Artaud y más recientemente Boris Vian y Raymond Queneau, entre otros, han rendido justo homenaje a este precursor insólito.