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“Los viajes pueden ser una de las formas más compensatorias de la introspección”, escribió Lawrence Durrell. Para Manuel Mujica Lainez, los viajes son a la vez un proyectarse hacia el espacio y un regreso hacia la interioridad. Conocer, atestiguar es siempre para él reconocer las formas más perdurables de la existencia, aún en el pormenor cotidiano, en la imagen fugaz, en la anécdota risueña. Manuel Mujica Lainez ha reunido en este tomo -un diario deslumbrante de amenidad y de profundidad- parte de sus derroteros europeos. Imágenes de ciudades que se recuperan de la guerra, visiones siempre renovadas del arte, encuentros con los que rehacen una y otra vez la realidad en sus obras. Henry Moore en su taller cerca de Londres, el lento movimiento de la mano de Gabriela Mistral al recibir el Premio Nobel en 1945, Gregorio Marañón en su “cigarral” de Toledo, Mickey Rooney compitiendo con Marlene Dietrich en el París de 1945. Chispeantes de gracia, conmovedoras, estas páginas enseñan a ver, a oír de nuevo el mundo. Y sobre todo a volverlo experiencia interior: “El secreto resplandor de Eleusis y Delfos, enigmáticos como la Atlántida de Platón, me rozó ligeramente y baja ahora hacia lo hondo de mi alma, despertando en mis ocultas raíces ecos que me perturban… como si súbitamente todo adquiriera en mí un sentido más alto y más rico, pero también más misterioso”.