Más resultados...
Lo condujeron de inmediato a su casa, en la calle Richelieu, donde desde la víspera, como enviadas por Dios, estaban dos monjitas a quienes él había dado hospitalidad para pasar la cuaresma en París. Esas dos religiosas le prodigaron hasta el último instante toda la asistencia que de su caridad podía esperarse y, en tal circunstancia, él se mostró como creyente que era. Para despedirse de su esposa, que estaba en la cocina, dijo a Barón: “Ahora dile a mi mujer que suba”. Y no bien él salió, ordenó a La Forest (su criada) que fuese a San Eustaquio por un cura, pues deseaba morir cristianamente.