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Esta es la historia de una gestación: la del Teatro comunitario. Un tipo de propuesta que atraviesa los años 80 y llega a nuestros días cada vez con más grupos en el país y fuera de él y, a la vez, con más interrogantes en relación a su singularidad dentro del panorama de las artes escénicas de nuestro país.
Como toda gestación, la del Teatro comunitario pone en funcionamiento una gran cantidad de actores y factores históricos, estéticos y políticos puestos en contexto. Aunque la historia ubique al Grupo de Teatro Catalinas Sur en una plaza de un barrio y al Circuito Cultural Barracas en un grupo de teatro llamado Los Calandracas, el germen viene de dos jóvenes en los años 60, actores y militantes que se preguntan por el lugar del arte en la sociedad. La historia de Adhemar Bianchi (de Uruguay) y de Ricardo Talento (de Argentina) parece cruzar sus caminos en el Parque Lezama, en la Ciudad de Buenos Aires por el año 86 u 87. Sin embargo, algo que podría banalmente llamarse destino, en realidad los ubica a ambos en ese cruce. Ese “destino” no es otra cosa que la inevitable continuidad histórica del imaginario colectivo Latinoamericano. Porque el Teatro comunitario visto desde hoy como un movimiento original, resulta inevitable si se lo mira con los ojos de los artistas militantes de los 60 o 70.